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Anécdotas vitales de ayer y hoy.

Anecdotarium Vitae XI: Kaboooom!! – La tripa de los Nibelungos (2)

Día 1, continuación

Se suponía que aquél día yo tenía que entrar a trabajar a las 8 de la mañana, ni qué decir que a las 8 de la mañana yo lo que quería era morirme alegremente (o tal vez no tan alegremente, pero vaya). Yo tendría que haberme llevado al curro a un compañero (porque por entonces todavía había gente que se subía en mi coche sin firmar el testamento), aunque en esos momentos y dado que los siete enanitos parecía que estuvieran utilizando explosivos en mi costado derecho (se ve que los muy cafres habían encontrado una buena mena), a mi compi le podían dar exactamente por el mismo sitio que a mi curro: allá por donde amargan los pepinos.

Hay muchas clases de dolores. A mí en concreto me hacen gracia esos que se te alivian cuando te pones en una postura concreta, normalmente la más estúpida y ridícula, de manera que se hace más soportable el dolor físico a costa de que te hieran en el orgullo los que te ven en esa postura con sus risas (porque se ríen, eso lo sabe todo el mundo aunque lo nieguen). Yo en esos momentos me consolaba pensando que nadie se reiría de mí porque a mí me destrozaban todas las posturas, incluso algunas que yo pensaba que para eso hacía falta ser contorsionista o al menos la prima fea de la niña del Exorcista.

Normalmente la gente en estas situaciones se toma una pastilla y se mete en la cama otra vez. Yo me tomé casi una caja de gelocatiles (en el peor de los casos moría por intoxicación en lugar de… lo que fuera eso) y procedí a pasarme unas pocas horas retorciéndome en medio de una agonía incesante. El paso lógico era ir a urgencias a ver qué me pasaba (al menos que me explicaran por qué motivo se estaba vengando de mí mi intestino), craso error teniendo en cuenta mi historial. Pues allí me planté yo, en urgencias, pidiendo casi a gritos que alguien me diera una inyección letal y acabara mi sufrimiento; pero en lugar de eso me mandaron a un cret… digooo, un médico que me miró de arriba abajo (literalmente, me miró) y me preguntó «¿Dónde te duele?» y yo le señalé la barriguita (que es esa parte de la barriga donde no hay pelo) yo le dije que «aquí, justo en este punto, sobre la cadera a la derecha», y él me respondió «nada, eso es que has tomado algo en mal estado, es una gastroenteritis», a lo que yo repliqué «es que yo creía que un dolorcillo así tan localizado, intenso que te mueres y que va en aumento sería una apendicitis», y me dijo «nada, seguro que es una gastroenteritis», «¿Pero puede mirarme algo más para asegurarse?».

Entonces el fulano me dice que me tumbe en la camilla (porque todo esto había sido de pie), me levante la camiseta y el tío me empieza a manosear la tripa (yo creo que se puso), para un lado, para otro, que si tal que si cual. Cuando llega al sitio en el que yo presuponía que mi apéndice estaría en pleno proceso de ser dinamitado por completo por los malditos siete enanitos, el tío apretó y noté un alivio tremendo. Me pregunta «¿te duele?» y yo le respondo que «ahora menos», después lo suelta de golpe mientras me vuelve a preguntar «¿te duele?» a lo que yo respondo «mecagoentotuputamadre» mientras veo estrellas, planetas, galaxias, nebulosas y todo lo que se puede ver. «Lo que yo decía, una gastroenteritis. Te tomas un antibiótico y un antiinflamatorio y yastá, en un par de días como nuevo.» Yo flipando, mi acompañante flipando, y hasta un bacilococo que pasaba por allí en un algodón lo flipó pensando en cómo teniendo los síntomas de la apendicitis de libro de texto yo podría tener apendicitis… menos mal que el creti… digooo, ese médico tan amable me había sacado de dudas, ya me sentía más tranquilo.

Así que me volví a casa mientras el cretin… digooo, el médico se quedaba con el antibiótico y el antiinflamatorio que no me dio para que me tomara, pero con mi dolor intacto que era lo que a mí me importaba. Evidentemente el resto de aquel día fue un derroche de mis conocimientos de onomásticas, vamos que me cagué tranquilamente en la mitad del santoral y todavía me sobraron ganas. Aquella misma tarde volví, me tocó otro cretino (es que ya no estoy seguro de que fuera médico, a cualquiera le dan ya el título, oiga) y ese ni apretar… «nada, nada, tiene toda la pinta de ser una gastroenteritis», y cuando mi amadísima progenitora dijo «verá, es que yo tuve apendicitis y me empezó igual» respondió: «¿Aquí quién es el médico, usted o yo?». Apretar no, pero sobrarseeeeeee… y más. «Si sigue con los dolores dentro de 48h vuelve que le hagamos algún análisis por si hay infección.»

Y allá que vuelvo a mi casa, haciendo memoria sobre el resto del santoral y descubriendo que el arameo es fácil, que cualquiera puede jurar y perjurar en arameo. Pero yo era feliz, porque no tenía la apendicitis que me estaba destrozando…

Efectivamente, un dolor de tripa puede dar para un montón de entradas del blog, próximamente, día 2. ¿Cómo? ¿Que cuántos son? Hombre, lo podría decir, pero así con la incógnita queda como misterioso (y tocapelotas), no?

Frase del día: «I was breaking the rule, acting like a fool, getting close to you.»

Anecdotarium Vitae XI: Kaboooom!! (Parte 1)

Hace mucho mucho tiempo, en un pueblecito muy muy lejano…

Chanchachachaaaaaaacháaaaaaan, chachachachaaaaaachán, chachachachaaaaaachán, chachachachaaaaaaaaa…

Día 1.

Nuestra odisea empezó tal día como un viernes de agosto, o más bien se dio por comenzada en esa fecha, porque desde la noche anterior la cosa se estaba poniendo fea. Decir que no había podido dormir porque me dolía la tripa es casi un chiste; de hecho, llamar a aquello «dolor de tripa» es un eufemismo, lo más acertado sería llamarlo agónico e incesante dolor infernal similar al efecto de que los siete enanitos se hubieran equivocado con la mina y hubieran decidido empezar una galería nueva en tus intestinos. Como supongo que a la inmensa mayoría de mis lectores jamás les han abierto una galería minera en el abdomen, lo dejaremos en que me dolía la tripa muy mucho.

Y yastá.

¿Cómo, que es muy corto y no tiene sentido? Ya, pero es que me he cansado de escribir aquí, otro día sigo… Puede parecer una tomadura de pelo, pero es que lo es.

Frase del día: «¿No me ayudarías? ¿Puedes ayudarme? Necesito leer entre líneas.»

Anecdotarium Vitae X: Los irreductibles galos

Por fin el momento que todos estaban esperando, el Anecdotarium Vitae X (y no solo porque es el número 10), disfrutadlo. Cotillas, más que cotillas.

Espacio patrocinado por British Petroleum.

Venían siendo los días más calurosos de Agosto. Un calor, virgen del pompillo, que calor, le caía a uno los goterones de sudor por todos lados, el olor a hombre se esparcía por todos los poros (en el caso de las mujeres, era olor a mujer, claro) provocando además del tufillo la que probablemente fuera la dispersión de feromonas más brutal que haya conocido la humanidad (al menos aquel verano).

Debían ser entre las 8 y las 9 de la noche, la gasolinera atestada de gente y un deportivo biplaza descapotable color plata metalizado (si no recuerdo mal, podría ser un Audi TT) se para y se baja un señor mayor (digo señor porque todavía no lo conocía, como habría dicho el enormísimo Groucho) con el pellejo como un cangrejo de puro rojo. El tipo me pide en un español medio inteligible y con un acento francés que tira de espaldas que le llene el depósito al coche, así que allí voy y después de preguntarle qué gasofa gasta el coche le meto la manguera y me pongo a llenar.

Entonces el franchute, que a la sazón estaba al lado de la puerta del conductor, me llama y me hace señas de que me acerque, y yo me acerco y me pongo también al lado de la puerta del conductor. Él me señala con un movimiento de cabeza el coche y me pregunta «¿te gusta?». Yo miro a un lado u otro y no se exactamente a qué se refiere por más que miro el coche de un lado a otro y a su señora, una mujer que debe rondar los cincuenta y muchos, con una mano tapándose la cara, con los hombros hacia delante sacando pecho y con el brazo que le sobra echándose las tetas para arriba, vestida únicamente con un bañador de tipo body y un pareo; miro adelante del coche, miro atrás, y mi cerebro grita alarmado. ¿Qué postura más rara para ir en el coche, no? Así, como echándose las tetas para alante. El frances me pregunta que si hablo inglés, ya que francés como que no, y una vez nos ponemos de acuerdo en el idioma me vuelve a señalar con la cabeza adentro del coche y me pregunta que si me gusta. ¡Auuuuuuaaaaaa! ¡Auuuuuuaaaaa! ¡Danger, danger! Se me ilumina la neurona y me salta la tensión arterial, el fulano me está preguntando por su mujer. A ver como salgo yo de esta, pienso para mis adentros.

Con el mejor inglés del que soy capaz, y tratando de poner cara de «psa, yo es que preguntas de estas respondo todos los días», le digo que She’s nice, intentando no parecer desagradable y que el tío no se haga ilusiones. Y el cabroncete me sonríe. Entonces me dice, en un perfecto inglés (se ve que el francés es el que domina su señora, como el griego, o yo que se) que están buscando a alguien para su mujer esta noche, que a ella le gusta duro y que a qué hora salgo de trabajar.

Toma ya, toma yaaaaaaa; toda la vida diciendo que en una gasolinera no se liga nada y el gabacho me pide que me cepille a su mujer. Vaaaa, envidiaaaaaaa. Ñañañañaña.

Yo miro a la francesa. Me vuelvo a fijar en que rondará los muchos después de los 50 y que tiene las peras más grandes que probablemente he visto en mi vida (que digo peras, melones… ni melones, aquello era como dos Hindenburg pero pegados a una mujer), y como el Hindenburg amenazan desastre alrededor del brazo que las coloca mirando arriba. Se me antoja que si no se las sostuviera, el grado de decaimiento y el volumen de tamañas ubres probablemente hiciera que se le salieran del bañador… por las ingles. En esa estampa el erotismo brilla por su ausencia.

Es que tengo mejores planes, le digo con mi mejor cara de poker (si es que uno está más que sobradamente acostumbrado a que los maromos le ofrezcan a la churri, o no), que salgo de allí hecho polvo y me largo a dormir sin pasar por la casilla de salida ni nada. El tío me dice que me lo piense, que le gusto a su mujer (y yo pienso que a lo mejor a mi me gustaría su nieta, pero no tengo el placer). Me paga la morterada que vale la gasolina que le he echado mientras discutíamos los términos de si me tiraba o no a su mujer, y entonces el fulano me dice que por si cambio de idea ellos van a seguir por allí un rato.

Y no se estaba marcando un farol, el tío (y su señora) se quedan lo menos tres cuartos de hora esperando alli, parados en la gasolinera como si tal cosa (estorbando mayormente) a ver si yo cambio de idea y le doy duro a su mujer.

Como es de esperar mientras los compañeros del curro se han estado partiendo de risa, pero el caso es que los motivos de la risa son menos claros de lo que cabría esperar, y todo por culpa de una pareja de irreductibles galos… salidos.

Si al final resulta que mi vida es como una película porno, pero sin el porno. Tengo escenas surrealistas, ocasiones cojonudas, diálogos ridículos, pero aquí no pilla cacho ni el Tato. Dios mío, vivo en una película de Pajares y Esteso.

Frase del día: «El silencio del envidioso está lleno de ruidos.»

Anecdotarium Vitae IX: A nadie amarga un dulce

Se conoce que yo estaba haciendo un examen aquél día (lo que significa que yo estaba escribiendo en las hojas del examen, no que estuviera contestando bien, ni siquiera que estuviera contestando lo que me preguntaban). No voy a decir de qué era, porque ni sirve de nada saberlo ni me acuerdo (de verdad de la buena).

Andaba yo aquél día pensando en lo caro que se había puesto el chorizo (he ahí mis posibilidades de aprobar) y mirando las hojas del examen fijamente. Y ya lo dijo Nietzsche, si miras al interior del abismo, el abismo mirará en tu interior, o lo que es lo mismo: yo miraba el examen y el examen me miraba a mí.

Aquél día, casualidades de la vida, quien estaba sentado a mi derecha era una fémina (cosa rara en una carrera que parece un campo de nabos). No voy a entrar en si estaba mejor o peor porque en un examen tampoco importa mucho (excepto en una ocasión que ya contaré otro día si me acuerdo, pero eso es otra historia y otra chavala, chavalas). El caso es que hayá por mitad del examen la susodicha empezó con un leve carraspeo, al poco comenzó a toser, y a la media hora su traquea amenazaba con emanciparse y tomar las de Villadiego.

En el caso de un hombre me hubiera importado un pimiento (al fin y al cabo, por muy molesto que fuera el sonido de la tosera la pérdida de concentración asociada no iba a afectar en nada a mis posibilidades de sacar adelante el examen), pero era una mujer, y el firmante es un caballero (así me va). Me giro y le pregunto a la compañera «¿crees que sobrevivirás?», y tjo tjo, se ríe, tjo tjo ag. Entonces me acuerdo que llevo en la mochila unos caramelos, ya se sabe, nunca salgas de casa sin tus chicles de 4 sabores al menos, unos mentos, los solano y a ser posible alguna gominola; me levanto como quien no quiere la cosa y me voy a la mochila, hurgo hasta encontrar los caramelos y me vuelvo al pupitre. Me giro y se los ofrezco; a lo que, evidentemente en alguien que prefiere morir de viejo que por expulsión espontanea del aparato respiratorio, los coge y se toma uno.

Y cuando me los devuelve dándome las gracias por lo bajini, precisamente a la vuelta, me mira un profesor con esa cara típica de «se te va a caer el pelo» de cuando pillan a alguien chuleta en mano o cuando el cura decía aquello de «si te la tocas te quedarás ciego». Y se me pasa por la cabeza darle todas las explicaciones, pero no, ni explicaciones ni nada.

Cuando me vengo a dar cuenta he alargado la cajita de caramelos de fresa y nata en dirección al profesor y le digo «¿gusta usted?», a lo que me responde con el «no, gracias» menos convencido que me han dicho en la vida. Así que todavía no se si el profesor éste se quedó pensando si sería el intercambio de chuletas más descarado que había visto en su vida, o que quería un caramelo pero le daba palo cogérselo a un alumno. Vete a saber.

Frase del día:
«El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.»

Anecdotarium Vitae VIII: …vamos a la casa del Señor

En capítulos anteriores… Bah, que coño, yo quería preconfirmación (y sus niñas de 15 años) y no los microbios de postcomunión.

Mi compañera (cuyo nombre permanecerá en el anonimato porque hace algún tiempo que no la he visto y no le he preguntado si puedo nombrarla o no, no es por otro motivo) la verdad es que se esforzaba por seguir el catecismo y eso, vamos que se lo tomaba en serio. Yo me lo tomaba… bueno, yo quería estar en primera división.

Alguna vez falló mi compañera de ir por motivos que ahora no recuerdo, era entonces cuando salía mi mejor vena y los chavales aprendieron cosas de provecho de verdad. Cosas como jugar al Magic, los básicos del rol y del Warhammer, y por supuesto, lo divertido que es dispararle a la gente (sé que esta frase traerá cola y se me acusará de ser peor que Charles Manson, pero me importa tanto como los hábitos reproductivos del cangrejo bermejo), sin olvidar los grandes clásicos de ayer y hoy, como la brisca y el poker. Mensaje para mi compañera: entre nosotros, era más facil jugar con ellos que intentar enseñarles nada.

Debíamos tener como una docena de chavalines allí, tanto niños como niñas, en diferentes grados de espabilamiento (en todos sus sentidos, había una cría que estaba como acojonada de perpétuo pero cuando conseguías que hablara era capaz de soltarte una argumentación que te dejaba sentao y sin réplica, también había un crío que los tenía ya pelaos de ir dando por saco a todo Cristo y sus servidores más terrenales). Porque soy un hombre de pelo en pecho, si no, llegado un momento de debilidad, podría decir que después de 2 años con ellos les llegué a coger cariñillo (a algunos), pero no lo voy a decir; claro que también habría estrangulado a más de uno… Lo dejaremos estar.

Los críos de 10 y 11 años son muy majos (a ratos), pero a veces te salen con unas cosas… En una ocasión, una de las niñas (y recuerdo perfectamente quién fue, esta se la tengo guardada) pregunta así como quien no quiere la cosa a mi compañera si ella y yo éramos novios. En un segundo pasaron como diapositivas varias escenas e ideas, a saber: que la niña hablaba demasiado, que la niña me estaba arruinando mi futura vida sentimental (a la larga se demostró que hubiera dado igual, a mí ya me había mirado un tuerto) si se corría la voz (con perdón) de que ya tenía novia (que malo puede ser tener, igual de malo puede ser no tener, pero es imposible que algo sea peor que no tener y que el resto piense que sí), que tenía que estrangular a la niña, y que el novio de mi compañera me iba a partir las piernas si eso salía de allí. Creo que fue la única vez que la palabra «hostia» se dejó oir en la catequesis durante décadas, juro que nunca más dejaré que me sonroje una niña de 10 años. Mi compañera, más habil que yo en esas lides, aprovechó para contar que ella ya tenía novio (y que no era yo, claro). Y la cosa quedó ahí, afortunadamente.

En otra ocasión uno de los cabritillos iba con un rotulador permanente pintando allá por donde pasaba, daba igual lo que fuera: papel, pared, mesa, niño… Ahí es donde me salió a mí la vena Sargento Highway de pura cepa; le confisqué el rotulador y le dije que me lo quedaba hasta que su padre/madre/tutor viniera a pedírmelo porque quería hablar sobre su comportamiento. Evidentemente no vino nadie, así que todavía guardo el rotulador, la condición sigue vigente y me da igual que el chavalín tenga ya los 20 cumplidos, si no viene alguien mayor no le devuelvo el rotulador. Hala, que cuando digan «un rencoroso», diga yo «aquí estoy».

Otro día andaba yo organizando nosequé mientras la compañera estaba dándoles «la lección» a la bandada de cuerv… digooo… los niños. Yo estaba de espaldas en otra mesa, sin decir ni pío ni meterme con nadie y me sale la niña que nunca decía nada: «¿Por qué lo haces todo a escondidas?». Lo mío con las mujeres, hasta con las de 10 años, es de juzgado de guardia. Podía haber respondido que trabajo para el Mossad en mis ratos libres, que mi concepto de la intimidad es muy extenso, que estaba preparando el siguiente «ejercicio» intentando no molestar, pero no, respondí con la famosísima cita bíblica de «que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda» (o al revés, no sé, se entiende ¿no?). Pensándolo bien no fue una buena elección, si hubiera sido en mi deseada preconfirmación con los chavales de 15 me hubieran dicho de todo, pero afortunadamente los críos de 10 y 11 años todavía no están en disposición de entender la frase ni las segundas lecturas que se le puedan dar. A Dios gracias.

La última anécdota que recuerdo ahora mismo (si se me ocurren más, ya seguiré torturandoos con más capítulos del Anecdotarium correspondiente), ocurrió durante una visita del curilla a la factoría de futuros católicos de pro. Las temidas visitas. El cura se supone que hacía visitas sorpresa para comprobar que los niños se portaban bien y los catequistas se molestaban en ir a dar la catequesis, que no siempre ocurría. Ocurrió en una ocasión que el cura hizo la visita (que todos lo veíamos más o menos como una inspección de Hacienda, que no se sabe exáctamente si te van a sacar algo mal, pero acojona), y visitó a todos menos a mi grupo, que para más inri estaba yo solo (la compañera no apareció no se por qué). Oh, sorpresa, cómo se obró el milagro. Otro día me contó el mismo cura que resultó que al pasar por delante de la puerta y no escuchar ni un murmullo dio por hecho que estaban tan atentos a mí y tan concentrados que le daba palo entrar y estropearme el día, así que de paso me felicitó por tenerlos tan bien controlados. Yo no le quité la ilusión al hombre, pero fue una suerte que no entrara porque si estaban tan callados es porque estábamos jugando a la escoba.

He tenido contacto con algunos de mis viejos catecúmenos años después de aquello, me alegro de poder decir que no dejé secuelas irreversibles evidentes en ninguno y hasta son personas (si de provecho o no, eso ya lo discutiremos); será que el diablo cuida de los suyos. Ellos tampoco dejaron demasiadas secuelas en mí, sigo llevando una vida completamente normal a base de seis raciones de xanax diarias y visita semanal a mi psiquiatra, vamos, lo que todo el mundo.

Frase del día:
«¿Por qué tengo que hacer yo siempre de poli malo?»