Día 1, continuación
Se suponía que aquél día yo tenía que entrar a trabajar a las 8 de la mañana, ni qué decir que a las 8 de la mañana yo lo que quería era morirme alegremente (o tal vez no tan alegremente, pero vaya). Yo tendría que haberme llevado al curro a un compañero (porque por entonces todavía había gente que se subía en mi coche sin firmar el testamento), aunque en esos momentos y dado que los siete enanitos parecía que estuvieran utilizando explosivos en mi costado derecho (se ve que los muy cafres habían encontrado una buena mena), a mi compi le podían dar exactamente por el mismo sitio que a mi curro: allá por donde amargan los pepinos.
Hay muchas clases de dolores. A mí en concreto me hacen gracia esos que se te alivian cuando te pones en una postura concreta, normalmente la más estúpida y ridícula, de manera que se hace más soportable el dolor físico a costa de que te hieran en el orgullo los que te ven en esa postura con sus risas (porque se ríen, eso lo sabe todo el mundo aunque lo nieguen). Yo en esos momentos me consolaba pensando que nadie se reiría de mí porque a mí me destrozaban todas las posturas, incluso algunas que yo pensaba que para eso hacía falta ser contorsionista o al menos la prima fea de la niña del Exorcista.
Normalmente la gente en estas situaciones se toma una pastilla y se mete en la cama otra vez. Yo me tomé casi una caja de gelocatiles (en el peor de los casos moría por intoxicación en lugar de… lo que fuera eso) y procedí a pasarme unas pocas horas retorciéndome en medio de una agonía incesante. El paso lógico era ir a urgencias a ver qué me pasaba (al menos que me explicaran por qué motivo se estaba vengando de mí mi intestino), craso error teniendo en cuenta mi historial. Pues allí me planté yo, en urgencias, pidiendo casi a gritos que alguien me diera una inyección letal y acabara mi sufrimiento; pero en lugar de eso me mandaron a un cret… digooo, un médico que me miró de arriba abajo (literalmente, me miró) y me preguntó «¿Dónde te duele?» y yo le señalé la barriguita (que es esa parte de la barriga donde no hay pelo) yo le dije que «aquí, justo en este punto, sobre la cadera a la derecha», y él me respondió «nada, eso es que has tomado algo en mal estado, es una gastroenteritis», a lo que yo repliqué «es que yo creía que un dolorcillo así tan localizado, intenso que te mueres y que va en aumento sería una apendicitis», y me dijo «nada, seguro que es una gastroenteritis», «¿Pero puede mirarme algo más para asegurarse?».
Entonces el fulano me dice que me tumbe en la camilla (porque todo esto había sido de pie), me levante la camiseta y el tío me empieza a manosear la tripa (yo creo que se puso), para un lado, para otro, que si tal que si cual. Cuando llega al sitio en el que yo presuponía que mi apéndice estaría en pleno proceso de ser dinamitado por completo por los malditos siete enanitos, el tío apretó y noté un alivio tremendo. Me pregunta «¿te duele?» y yo le respondo que «ahora menos», después lo suelta de golpe mientras me vuelve a preguntar «¿te duele?» a lo que yo respondo «mecagoentotuputamadre» mientras veo estrellas, planetas, galaxias, nebulosas y todo lo que se puede ver. «Lo que yo decía, una gastroenteritis. Te tomas un antibiótico y un antiinflamatorio y yastá, en un par de días como nuevo.» Yo flipando, mi acompañante flipando, y hasta un bacilococo que pasaba por allí en un algodón lo flipó pensando en cómo teniendo los síntomas de la apendicitis de libro de texto yo podría tener apendicitis… menos mal que el creti… digooo, ese médico tan amable me había sacado de dudas, ya me sentía más tranquilo.
Así que me volví a casa mientras el cretin… digooo, el médico se quedaba con el antibiótico y el antiinflamatorio que no me dio para que me tomara, pero con mi dolor intacto que era lo que a mí me importaba. Evidentemente el resto de aquel día fue un derroche de mis conocimientos de onomásticas, vamos que me cagué tranquilamente en la mitad del santoral y todavía me sobraron ganas. Aquella misma tarde volví, me tocó otro cretino (es que ya no estoy seguro de que fuera médico, a cualquiera le dan ya el título, oiga) y ese ni apretar… «nada, nada, tiene toda la pinta de ser una gastroenteritis», y cuando mi amadísima progenitora dijo «verá, es que yo tuve apendicitis y me empezó igual» respondió: «¿Aquí quién es el médico, usted o yo?». Apretar no, pero sobrarseeeeeee… y más. «Si sigue con los dolores dentro de 48h vuelve que le hagamos algún análisis por si hay infección.»
Y allá que vuelvo a mi casa, haciendo memoria sobre el resto del santoral y descubriendo que el arameo es fácil, que cualquiera puede jurar y perjurar en arameo. Pero yo era feliz, porque no tenía la apendicitis que me estaba destrozando…
Efectivamente, un dolor de tripa puede dar para un montón de entradas del blog, próximamente, día 2. ¿Cómo? ¿Que cuántos son? Hombre, lo podría decir, pero así con la incógnita queda como misterioso (y tocapelotas), no?
Frase del día: «I was breaking the rule, acting like a fool, getting close to you.»