Gags cotidianos

Contrariamente a lo que el título pueda hacer parecer el contenido de esto no tiene ni puta gracia. O al menos no lo tiene en la vida real, por supuesto que si la vida fuera una comedia de situación, muchos de los “gags cotidianos” que sufrimos vendrían acompañados de una buena ración de risas enlatadas y nos partiríamos el pecho con ello. Para bien o para mal no somos personajes de una serie de esas malas en que vamos de golpe en golpe para acabar bien al final de un capítulo de 25 minutos, o a lo sumo puteados durante dos capítulos mediado el “continuará” y después felices y contentos.

Hablo, claro, de esos momentos en que la situación se vuelve de un grotesco imprevisible, o simplemente ridículamente absurda, pero jodido acabas igual. Pondré varios ejemplos, míos y ajenos, pero que he visto siempre en primera persona.

Uno ligerito. Bendita economía sumergida que te trae un trabajo sencillito y medio bien pagado, solo hacerle un par de ñapas a un tipo en una web que maneja en sus ratos libres. Te pones de acuerdo con el tipo y empiezas la faena, todo ilusionado porque hace siglos que no trabajas. Conforme vas entregando el trabajo por plazos, porque el tipo te va dando los datos y los comentarios así en plan capítulos semanales (no porque vayan así, es que el tío es lentito…) vas descubriendo que el tipo rehace tu trabajo metiendo los mismos errores que había antes, vamos, que la cosa se queda como estaba. Se hacen de tripas corazón, terminas tu trabajo, él termina de destrozarlo y te haces a la idea de que el que paga manda, y si lo que quiere hacer es reventar los arreglos, por mucho que a tus trabajos les pongas más cariño que hacerle un crío a la parienta y te joda que se los cargue, pues es cosa suya.

Uno algo menos suave. Doce de la mañana en un parking privado de club social al lado de la playa, en pleno agosto, con un sol de justicia que cae y te está tostando la coronilla que ya puedes hasta oler a cenizas, un calor de esos que si te pegan en ese momento una patada en la entrepierna sale tortilla directamente. Evidentemente no hay ni un solo sitio donde dejar aparcado el coche en muchas manzanas… menos en el parking, claro, así que la prioridad de los domingueros suele ser entrar en él, da igual la excusa. Pero tú, que eres un fiera y a estas alturas del día ya tienes una mala gaita de espanto, no dejas pasar a nadie, palabras textuales del jefazo “ni Cristo pasa”, y así que te pones en plan cafre y largas impunemente a cualquiera que trata de entrar. Aclaremos que Cristo no intenta pasar, pero gente con excusas más o menos verosímiles sí, pero ay, que solo pueden pasar los asociados. Así que se quedan en la calle cuñados, primos terceros del zumosol, el noviete actual de la hija (el tercero de la semana, todo sea dicho) del asociado y la madre de Panete; pero no es oro todo lo que reluce y claro, viene algún exaltado a quejarse, así que amablemente lo envías a que hable con el jefe mientras te resbala todo, incluido los insultos y los mecagoen. Total, que termina apareciendo el jefe rodeado de exaltados, te dice que te has pasado tres pueblos, que él no te dijo que fueras tan duro, y que “ni Cristo”, a lo mejor venía a significar “el Espíritu Santo, San José, la Virgen y el santoral completo desde la A a la M”, y terminas comiéndote el marrón como si fueras el único malo de la película, el jefe queda como Dios (que mentados los otros era el único que nos faltaba para la blasfemia completa) como buenamente puedes mientras haces cuentas de cuántas hostias podrías endiñarle al jefe y los exaltados antes de que te reduzcan. Al final decides cerrar la boca porque como digas algo se te van a escapar más de la cuenta y acabas en la puta calle… mientras el cuñado, el primo tercero del zumosol y el noviete (tercera parte) de la hija de vete a saber qué cenutrio entran y les falta escupirte.

Uno bastante gordo. Pongamos que te encargan un asuntillo en el trabajo, no es algo que presente mucho problema normalmente pero ahora no te pilla en buen momento para el tema de inspiración, además y para ayudar los plazos son ridículos y tienes que entregarlo en un tiempo casi record. Te planteas seriamente llamar a un notario para que haga de testigo al Guiness, pero lo dejas porque tampoco tienes tiempo. La cuestión es que te pones a ello, un día y otro, y otro, y descubres que al reloj le está empezando a salir una hora extra después de las 12 para acompañarte, porque ya estás echando más horas que él. La palabra desesperación cobra un nuevo significado, y tienes ya un aspecto que recuerda sutilmente a los esclavos de las galeras, pero sigues adelante como buenamente puedes. En una de esas, el jefe viene y te dice algo como que si necesitas ayuda que lo digas; y te sale un “te lo digo” de lo más hondo, de ese sitio que ni te acordabas que tenías de tan profundo que si tiras una piedra no la oyes caer. Se hace un silencio y un segundo después tu jefe se da la vuelta y se larga. Insertar aquí risas enlatadas por favor.

El gordo. El gordo me da palo de contarlo hasta a mí, pero cada cual tiene alguno en mente en estos momentos de acuerdo a lo que conozca. Muy socorrido podría ser encontrarte a la parienta en pelotas con un maromo también en pelotas encima, alrededor, dentro o todas a la vez, y te dicen eso de esto no es lo que parece (las mujeres pueden cambiar el orden de los factores, poniendo al pariente en el lugar correspondiente). O, por ser original, el día que estás conduciendo tan tranquilo, te adelanta un coche a todo trapo en línea continua y se empotra a más de 120, ahí está el chiste, en una ambulancia en servicio de emergencia y se arma la de Dios es Cristo (ni uno ni otro se sorprenden ya, tengo el infierno más que ganado a estas alturas).

Si por gags será.

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