Anecdotarium Vitae IX: A nadie amarga un dulce

Se conoce que yo estaba haciendo un examen aquél día (lo que significa que yo estaba escribiendo en las hojas del examen, no que estuviera contestando bien, ni siquiera que estuviera contestando lo que me preguntaban). No voy a decir de qué era, porque ni sirve de nada saberlo ni me acuerdo (de verdad de la buena).

Andaba yo aquél día pensando en lo caro que se había puesto el chorizo (he ahí mis posibilidades de aprobar) y mirando las hojas del examen fijamente. Y ya lo dijo Nietzsche, si miras al interior del abismo, el abismo mirará en tu interior, o lo que es lo mismo: yo miraba el examen y el examen me miraba a mí.

Aquél día, casualidades de la vida, quien estaba sentado a mi derecha era una fémina (cosa rara en una carrera que parece un campo de nabos). No voy a entrar en si estaba mejor o peor porque en un examen tampoco importa mucho (excepto en una ocasión que ya contaré otro día si me acuerdo, pero eso es otra historia y otra chavala, chavalas). El caso es que hayá por mitad del examen la susodicha empezó con un leve carraspeo, al poco comenzó a toser, y a la media hora su traquea amenazaba con emanciparse y tomar las de Villadiego.

En el caso de un hombre me hubiera importado un pimiento (al fin y al cabo, por muy molesto que fuera el sonido de la tosera la pérdida de concentración asociada no iba a afectar en nada a mis posibilidades de sacar adelante el examen), pero era una mujer, y el firmante es un caballero (así me va). Me giro y le pregunto a la compañera «¿crees que sobrevivirás?», y tjo tjo, se ríe, tjo tjo ag. Entonces me acuerdo que llevo en la mochila unos caramelos, ya se sabe, nunca salgas de casa sin tus chicles de 4 sabores al menos, unos mentos, los solano y a ser posible alguna gominola; me levanto como quien no quiere la cosa y me voy a la mochila, hurgo hasta encontrar los caramelos y me vuelvo al pupitre. Me giro y se los ofrezco; a lo que, evidentemente en alguien que prefiere morir de viejo que por expulsión espontanea del aparato respiratorio, los coge y se toma uno.

Y cuando me los devuelve dándome las gracias por lo bajini, precisamente a la vuelta, me mira un profesor con esa cara típica de «se te va a caer el pelo» de cuando pillan a alguien chuleta en mano o cuando el cura decía aquello de «si te la tocas te quedarás ciego». Y se me pasa por la cabeza darle todas las explicaciones, pero no, ni explicaciones ni nada.

Cuando me vengo a dar cuenta he alargado la cajita de caramelos de fresa y nata en dirección al profesor y le digo «¿gusta usted?», a lo que me responde con el «no, gracias» menos convencido que me han dicho en la vida. Así que todavía no se si el profesor éste se quedó pensando si sería el intercambio de chuletas más descarado que había visto en su vida, o que quería un caramelo pero le daba palo cogérselo a un alumno. Vete a saber.

Frase del día:
«El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.»

4 pensamientos en “Anecdotarium Vitae IX: A nadie amarga un dulce

  1. Su

    Jajaja, va a ser eso ¿eh? que le daba palo coger el caramelo ;-)

    Y tú mira queeee… ligando hasta en un examen…

    Un beso

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  2. Alba

    Todos tus lectores sabemos que… cualquier día es bueno para ligar eh?? aunque sea en un examen… ahora lo del profesor no tiene nombre ¿o es que nadie se ha dado cuenta de que debería haber aceptado el caramelito????

    Besets!

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  3. AOH/Rasczak Autor

    Jo, soy un incomprendido. Snif. Si es que no se puede ser buena persona, todo el mundo pensando en que me buscaba un rollete en medio de un examen… Pienso llorar…

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