El infienno, parte 2

La orilla de la playa es un cúmulo de sensaciones.

Lo primero es que comienzas a oler lo salado del mar. Podría pensarse que lo habrías olido antes, pero no seas ingenuo. ¿De verdad esperabas oler el mar entre la humanidad, las cremitas solares, refrescos y refrigerios y demás? Pues ya te va llegando el olorcillo de la sal, el agua… y la embestida del energúmeno que está jugando a las palas como si la playa fuera suya, así que pídele disculpas por hacerle perder el match point. Ante tí se abre la inmensa lata de sardinas… perdón, el ancho mar, ocupado por algo así como 20 millones de bañistas (millón arriba, millón abajo).

De todas formas le echas valor al tema y metes los pies en el agua. No está helada (normal, con tanta gente con el culo metido en ella). Das un pasito más adelante y te cubres los tobillos. Que gustito. De momento, cual película de catástrofes, una avalancha de agua de proporciones bíblicas se te echa encima, calándote hasta los huesos y demostrándote que SÍ está helada. Justo cuando te repones del shock ves a los chavalines del vecino corriendo por la orilla, saltando sobre las cabezas de los bañistas, y haciendo el vil macarra amparados por su corta edad. Los miras a ellos. Miras a los 20000 testigos. Vuelves a mirar a los niños. Miras a los 20000 testigos y ellos te miran a tí como diciendo «hazlo que nosotros miramos a otro lado», pero sabes que se chivarán a la menor ocasión. Así que aprietas los dientes y pasas y te vas metiendo más en el agua.

Te deleitas tu ratito en el agua, notando como se te va el sudor (y el efecto croqueta y el pelotazo que te regalaron los alegres chavalines). Qué tranquilidad, qué solaz. Además te ríes, porque ves a un prójimo tuyo sacudiendo las manos sobre la superficie del agua como apartándose de algo. Medusas, piensas, y te dan ganitas de salirte, pero nadie hace eso así que lo mismo son paranoias del tipo, que sigue enfrascado en apartarse el agua. El caso es que el tío está enfrascado en su lucha titánica, sacudiendo el agua en tu dirección, y poco a poco comienzas a ver una cosa flotando en el agua que gracias a sus esfuerzos se mueve en tu dirección separándose de él. Como medio palmo de cosa flotante, con por los reflejos a veces intuyes blanco, otras veces seguro que es marrón… podría ser un trocito de madera, pez difunto (puag) o un mojón (repuag). El caso es que de momento te sientes impelido (impelido, eh, hay que ver qué culto soy, qué bien hablo, cómo me gusto, si es que molo mil) a sacudir el agua igualito que tu cercano prójimo a ver a quién le toca comerse el marrón (y nunca mejor dicho). Sientes las miradas de todo el mundo centradas en la épica batalla y como un niño se coloca por ahí a tirarte agua en la cara, con una sonrisa en la boca, todo inocente él, divirtiéndose con el juego… cabronazo.

La cosa se acerca cada vez más a tí, el bastardete de tu vecino acuático se sonríe porque te va ganando (la experiencia es lo que tiene) y se las ve bonitas para salir huyendo en cuanto «eso» se acerque a tí lo suficiente. Tú lo ves venir, cada vez más cerca, y te das cuenta que si ahora te das la vuelta y huyes «eso» te puede alcanzar por la espalda.

De momento la playa entera se queda en silencio. Luego oyes como un susurro, un runrun que va en aumento junto con el chapoteo de pies y manos que se mueven por el agua a gran velocidad. La cosa se convierte en una marabunta de gente saliendo a toda velocidad del agua. ¿Tiburones? Piensas. Pero apenas puedes esquivarlos cuando asaltan la orilla los cientos de miles de personas que había en el agua (de los cuales, uno de ellos arrolla el objeto de no-deseo por el que peleabas a brazo partido, y quedando bien pegadito a su tripa se descubre que no era madera ni mojón, era una compresa en un mal día). Toda la gente se queda en la orilla, mirando en dirección al agua mientras una dotación de la Cruz Roja se mueve por el agua con la zodiac y un palito.

«Pepe, saca la roja que la cosa está espesita», parece que dice uno de la Cruz Roja a los de Protección Civil, que ponen a ondear la bandera roja y ya de paso una con una medusa bien hermosa dibujada. A la gente que se ha pegado horas de viaje para llegar a la costa y conseguir un buen sitio se le cae el alma a los pies (que se dice por aquí)…

…a uno se le desliza de la tripa y se le cae a los pies un trozo de compresa en un mal día.

Frase del día: «La ausencia de defectos visibles puede parecerse mucho a la perfección.»

3 pensamientos en “El infienno, parte 2

  1. Azertyjo

    Dado que es lunes, que es agosto, que es puente y que estoy en el trabajo (que no trabajando) un post escatológico combina perfectamente con lo que me pasa por la cabeza… Tienes el don de la oportunidad, amado líder XD

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  2. viveydv

    Me muero de la risa, no, por dios, por eso ya no voy a la playa… ¡qué asco!
    Y seguro que la primitiva no te ha tocado nunca, jejejeje

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  3. toninicasanipasta

    Por eso a mi no me gusta la playa, por sus sensaciones harto húmedas e intensas. No sé qué es más traumatico, si una medusa o un cerullo de cualquier desaprensivo.Puaj. Ah, y no escarbeis en la arena… el desenlace es de película de terror. Lo peor de todo es que nunca, repito, NUNCA consigues liarte con una tia a la que no le guste ir a la playa. Y acabas pringando: el sol abrasador, la arena ardiente, el viento desafiador, la familia desbocada, las esencias de milcocosyperfumesvarios, las tiasentoplessnolasmiresquemecabreo… ¡Toda una pesadilla, oigan!

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